lunes, 8 de julio de 2013

Star Trek: En la Oscuridad: El blockbuster del siglo XXI.

© Paramount Pictures 

Si por algo se caracterizó el reboot de Star Trek que J.J. Abrams nos trajo hace 4 años era por un ritmo vertiginoso y por potenciar un componente emocional presente en varias de las películas de la saga, pero que se había ido diluyendo con el tiempo. Para mí fue uno de los reinicios más meritorios en mucho tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el legado de una saga tan prolífica tanto en televisión como en cine. Una película que recuperaba a personajes míticos justo en el momento de conocerse, que presentaba a un villano bastante potente y con una motivación fuerte y creíble, dilemas varios y un contraste muy logrado en los protagonistas, acción a cascoporro, viajes en el tiempo y suma y sigue.

Esta segunda entrega era la prueba de fuego para ver si esos logros tenían continuidad, para ver si más allá de lo práctica que resulta una presentación de personajes a nivel de guión, Abrams era capaz de dar continuidad a estos personajes y añadirles retos nuevos y un nuevo villano de peso. Mi impresión es que lo consigue con gran solvencia. Volvemos a tener ante nuestros ojos otra película que no da respiro, que empieza fuerte y mantiene un ritmo muy fuerte casi todo el metraje salvo en los momentos en los que es necesario pisar un poco el freno, momentos en los que más bien hay una desaceleración que un verdadero momento reflexivo.

© Paramount Pictures

En cierta medida los autores han hecho algo parecido a lo que vimos en el díptico Batman Begins/El Caballero Oscuro. Si en Star Trek éramos testigos del nacimiento de una tripulación de héroes, en Star Trek: En la Oscuridad vemos a esa tripulación perpleja ante un enemigo que es el verdadero robaplanos de la película. Un villano contundente, cuyas motivaciones tardan en salir a la luz y que está genialmente interpretado por Benedict Cumberbatch.

Los mejores villanos, en eso estaremos de acuerdo, son aquellos que ponen al héroe al límite de su propia moral. El que nos presenta esta película va en esa línea, aunque es cierto que estamos ante una película mucho más lúdica que las de Nolan, con héroes menos atormentados que Batman y, volviendo a lo dicho al principio, que va a un ritmo tan endiablado que tampoco hay posibilidad de llevar estos dilemas a un nivel superior.

Llegados a este punto, y aunque no me gusta mucho hablar de opiniones de terceros cuando estoy dando la mía, es cierto que me hizo repensar un poco la película el estupendo texto de Film Critic Hulk, un tipo que os recomiendo que leáis, y que hacía una reflexión que comparto en buena medida sobre esta película y sobre cierta forma de hacer cine que es propia de Abrams pero no exclusiva de él. En el texto habla de una necesidad imperiosa de que la película contenga de todo, que no de tregua y que todo sea lo suficientemente claro, por no decir obvio, para que no haya dudas de lo que hay que sentir en cada momento. Se refería un exceso acumulativo y lleno de subrayados, que no era necesariamente malo, pero como en todo, la mesura es importante. Una mesura que en la película está prácticamente ausente: Muchas tramas, muchos dilemas, muchos sentimientos que, ante la necesidad de no bajar mucho la velocidad, se explican antes que dejar que fluyan… la película piensa por ti. Y que no se entienda esto mal, no es que trate al espectador como un idiota, porque la película no es tontorrona, sino que no le da tiempo a hacer su propia reflexión y por ello te lo debe dar todo con una contundencia que no deje lugar a dudas.

© Paramount Pictures
Los blockbusters siempre han sido un cine de fácil digestion, por lo que tampoco cabe extrañarse de este tipo de características, pero hay algo que me hace temer que esa tendencia al exceso es algo más que una fórmula, creo que es, en gran medida, una forma de consumir contenidos en la actualidad. El tipo de espectador al que se dirige el cine espectáculo es esencialmente joven, por tanto, habituado a nuevas tecnologías, a ramificar su capacidad de atención en distintas cosas a la vez, algo que no sería posible sin que esas cosas fuesen suficientemente rápidas, claras y contundentes. Llámalo 140 caracteres, llámalo vídeos de no más de 3 minutos, llámalo emoticonos… al final es lo mismo: brevedad, claridad y contundencia.

¿Es esto negativo? No sabría decirlo con rotundidad, aunque si que tengo un temor creciente a que la deriva de las cosas y la velocidad a la que todo cambia y se renueva, ese consumo rápido, acabe por anular cualquier capacidad de reflexión profunda, de contemplación, de sosiego mental. Cada vez se oye más eso de “esa peli es muy lenta”, cuando a lo mejor lo que sucede es que tenemos prisa por llegar a ningún lado por simple hábito.

Abrams, por tanto, sabe muy bien a quién se dirige con la película y cómo mantenerle enganchado. Si con sus series lo lograba vendiendo expectativas (sobre todo Perdidos), en sus películas, que son autoconclusivas, lo logra con un supermenú de emociones servidas a la velocidad del rayo que dejen al espectador más que saciado. Es un tipo que domina la narrativa, porque, insisto, sus películas nunca son vacías ni flojas, pero que además entiende mejor que nadie al espectador del siglo XXI. Su pecado, de haberlo, es el de sacrificar la posibilidad de llevar sus películas a un nivel dramático superior sabiendo que éstas lo permiten, algo que pasa necesariamente por exigir una paciencia que quizás no todos los espectadores tengan, algo que él parece que tampoco está dispuesto a comprobar.

Sea como fuere, Star Trek: En la Oscuridad es seguramente el mejor tipo de peli taquillera que el espectador contemporáneo se puede echar a la cara. No es el mejor cine del mundo, ni el mejor cine espectáculo, seguramente ahonde en la mala costumbre de consumir contenidos de forma compulsiva, pero es el blockbuster que es más hijo de su tiempo y eso es innegable.


lashorasperdidas.com - Escrita por: Javier Ruiz de Arcaute - 3 julio

No hay comentarios:

Publicar un comentario